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13 octubre, 2011

Viendo el Jardín


No pudo preverlo, no hubiese podido.

Comenzó como un suave murmullo, pero la confundió con la brisa que en primavera acaricia al viejo olivo del jardín.
Cuando el frío comenzó a crecer, ni siquiera intento abrigarse. Se estremeció suavemente, y sin perder la postura le subió dos puntos al volumen del viejo aparato de radio. Amaba esa canción, lo había acompañado en los grandes momentos de su vida. Durante su graduación, la primera vez que vio a María en el comedor de la facultad de filosofía, el primer día de Jardín de Lucía, la mañana del nacimiento de Joaquín, su primer nieto.

Incluso en el trayecto del velorio al parque de descanso cuando su amada María dejaba este plano para viajar y conocer, sabrá Dios, que nuevos destinos.

Esa canción, siempre esa misma canción. A veces interpretada por su autor, otras veces por nuevos grupos de los que no recordaba ni el nombre, pero siempre esa canción. Incluso ahora en el tramo final de su camino, esa canción.

Sin quitar los ojos del ventanal, como hipnotizado por el danzar de las abejas que en su festín de polen nuevo, se paseaban libremente por el jardín, se llevó el mate a la boca una vez mas, y sorbió una profunda bocanada de aire. Lo poso sobre la mesa y sacudió el termo solo para comprobar que estaba vacío.

La temperatura volvió a bajar, y un escalofrío le recorrió la espina, detuvo la radio y el silencio ocupó todo el Living.
- Pensé que no llegarías nunca – dijo mientras se prendía el última botón de la camisa – En verdad no sé si estaba esperándote, pero si ya estás aquí, vamos al grano. Pero antes déjame preguntarte algo. Esa canción, por qué esa canción. Es tan hermosa, pero no he podido evitarlo, cada vez que la he oído te he sentido tan cerca como ahora.

Se quedó en silencio, como esperando una respuesta. Los colores del jardín se volvían más intensos y ahora las abejas parecían volar en cámara lenta.

- Siempre estuviste conmigo, ¿no es cierto? – continuó, con los ojos perdidos en el ventanal -  a cada ocasión, en cada momento, siempre seguiste mis pasos, por eso podía sentirte, porque siempre estabas ahí.

Detuvo su discurso, y notó como su ronca vos se había transformado en un susurro, que ya no lograba resonar en las altas paredes de la casa, sonrió y pudo sentir como su firme postura se diluía en la comodidad del gastado sillón.

- “Todo nace, todo muere, todo se renueva” ¿no es así?, no estabas siguiéndome, estabas acompañándome. – su sonrisa se profundizó y una profunda tranquilidad lo llenó por completo – Se trataba de dejar que todo muriera, ahora lo entiendo, que sabia eres amiga, que sabia.

Recostó su cabeza sobre su hombro izquierdo, su cuerpo se deslizó un poco mas. Aún veía los radiantes colores de aquel jardín en primavera... sus ojos se cerraron.

Comenzó a escuchar la melodía nuevamente, pero esta vez, salía de su interior. Tomó aire una última vez y al exhalar, lentamente, sintió como una suave mano de mujer se posaba sobre su hombro derecho, al mismo tiempo que una dulce voz le decía

- Sabio eres tú, viejo amigo. Al fin, has logrado comprenderlo.

No pudo preverlo, o tal vez si, pero no quiso hacerlo


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