Las luces
se apagan, una por una, y aunque lo envuelve la oscuridad cree recordar el
camino a casa, su andar es lento, no hay energías para correr.
Aún
respira, sin perfumes alimonados en el ambiente y con más humo en sus pulmones
que de costumbre, pero aún respira.
Un dolor
asoma agudamente por su pecho, pero sigue andando. Aunque devastador, ese dolor
le resulta lamentablemente familiar.
Se detiene
un segundo, su espalda encuentra un árbol donde apoyarse, se deja caer, sus
manos encuentran la tierra aún húmeda por la lluvia y se clavan en ella como si
buscaran asirse a algo más real que todo ese silencio.
Intenta
ponerse de pie, y aunque ese viejo árbol le convida de sus fuerzas, apenas
logra enderezarse, su espalda… su pecho… todo pesa demasiado.
Se seca las
lágrimas con las manos llenas de tierra, y en sus labios se dibuja una sonrisa.
Respira
profundo, enciende otro cigarrillo, avanza.
Las luces
se apagan, una por una… el sigue andando.
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