Ninguna
muerte se festeja, eso está bien claro, pero a pesar de que algunos muestran
una sonrisa por debajo del pliegue de la camisa, no escribo para pasar cuenta
de lo que a mis ojos es, o no es, moralmente correcto.
Escribo,
porque las palabras en papel son un medio para acortar las distancias, por eso escribo, para saltar los 4800 km que nos separan y abrazar en un enorme gesto de
compasión a mis hermanos de la Venezuela Toda.
Porque más
allá de la vereda en que se encuentren los zapatos que cada uno guste vestir en
la escena política, la realidad es terriblemente dolorosa para muchos de los
habitantes de ese bello país.
Entonces,
hablar de política está de más, porque la verdad es que hay muchas personas que
sienten un gran desamparo por la pérdida de aquél que fuera su referente
durante estos 14 años y de eso nadie
puede jactar alegría.
Pero la
tristeza es parte de estos procesos de transformación tan profundos que la
muerte nos presenta como puerta abierta hacia un nuevo mundo, por lo que
tampoco voy a detenerme en penas y lamentos.
Lo que mi
ojos ven, lo que mi corazón siente y lo que finalmente lleva a mis manos a
escribir estas líneas es la preocupación… tal vez podríamos llamarlo miedo.
Porque veo
a la distancia un pueblo partido a la mitad, en el que este inmenso vació de
poder puede desencadenar una lucha entre hermanos que, sin importar los medios
que se utilicen, solo puede resultar funesta para todos ellos. En las peleas,
sin importar dónde y cuándo se sucedan nadie sale victorioso.
Por eso
escribo, porque ese pueblo, hoy sin padre, se parece tanto a mi país, en el que
reina la división de tan amplia manera que opinar de política, economía, o
hasta de fútbol puede ser peligroso, porque ya no nos conformamos con pensar,
no, también sentimos que es necesario desacreditar, humillar, menospreciar y
por desgracia en muchos casos matar a quienes no comparten nuestras ideas.
Porque si
cumplimos esa hermosa función de ser reflejo de los demás y de vernos en los
demás como espejos, hoy veo en el pueblo Venezolano a mi pueblo, y me preocupa
el resultado de este proceso, porque de alguna manera reflejará los resultados
de los procesos que nos tocará vivir en algún momento.
Por eso
escribo.
Para
hacerle frente a ese miedo que la distancia entre dos bandos me ha generado, y
decirles a mis hermanos de Venezuela que los abrazo, que estoy con ellos y que
los acompaño. Desde donde estoy y con mis mejores deseos. A todos por igual,
chavistas o no, porque son todos hijos de la misma madre y a los ojos del dolor, de la perdida
y el vacío somos todos hermanos.
Rezó por la
unidad de la hermosa Venezuela, al igual que rezo por la unidad de mi amada
Argentina, y pongo mis mejores pensamientos en aquellos que hoy tanto sufren y
en los que no, para que finalmente logremos comprender que no hay otro en la
postura de enfrente, que no somos tan distinto, sino que a fin de cuentas (y
sobre todo a la hora de dar el último suspiro) somos todo iguales.
Fuerza en
este duelo, respeto y armonía. Hay un país que necesita construirse y para eso
necesita de todos y cada uno de sus hijos.
Los abrazo
en mi corazón.
Mi amor con
ustedes.
Fer.
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