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05 marzo, 2014

¿En qué punto...

¿En que punto el corazón se detiene por una pena?...  ¿a partir de qué momento decide seguir?, tal vez estemos condenados a este juego de vernos, sin vernos... de desearnos, sabiendo que lo único real entre los dos es esa foto gastada que aún conservas por ahí (espero) y ese perfume que me regalaste y que siempre vuelvo a comprar.

Es tan extraño el amor, o esta mezcla de risas y desvelos a la que le pongo el nombre de amor... osea, vos estas en un mundo, yo en otro, pero llega abril y un algo que no sé nombrar decide que es hora de juntarnos, para luego, quince miserables minutos después volver tu mundo a su lugar, dejando el mío tan lejos y tan hecho pedazos que me toma no se cuantas lunas componerlo.

El tema no es ese, no, esa no es la condena, esa es la mismísima vida manifestada en nuestra corta fantasía de amor, el drama nace, como todo drama moderno, con el reencuentro. Vos preguntas ¿qué me lleva a tu vereda nuevamente? y yo no lo se... supongo que ese algo se aburrió de verme en paz y te trajo para que el ruido lo sacudiera todo nuevamente.

Que tremenda soledad, el no saber... que condena indescriptible el pensarte y re pensarte.

Como si no fuera suficiente ahogarme cada tanto en esos temas que solíamos escuchar, cuando al fin tus ojos ya no se me aparecían ahora, dos cuadras después, los veo en todos mis fantasmas...

Diría que no es justo... pero no lo sé, a fin de cuentas ¿quién soy yo para juzgar lo inmensurable? ¿cómo puedo yo medir el peso de este encuentro, si mi propia balanza está desequilibrada?.

En fin, la pregunta es la misma, ¿en qué punto se detuvieron nuestros corazones?...

Pero... no me hagas caso,  tal vez cada cual tenga en su mano lo que buscamos, lo que nos negamos, lo que no nos dimos... Tal vez "felicidad", sea esta mezcla de no saber, de no entender, de no poder distinguir un gusto del otro... o tal vez, si la cosa es mas simple, solamente estemos condenados a vernos, sin vernos... a desearnos a lo lejos... algo así como un castigo por haber dejado que eso que llamamos amor, quince minutos después, se muriera.


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